AUTORIDAD Y LIBERTAD

Javier Castañeda Monter

La libertad es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá que seguirlas y otras no. -José Antonio Marina

La autoridad se conquista mereciéndola

La autoridad puede depender mucho del temperamento, de la forma de ser de cada uno. No obstante, puede adquirirse, mejorarse o perderse.

Cuando a un líder, a un padre, a una madre, a un profesor, no le obedecen en condiciones normales, la falta no es de la persona que recibe la orden, sino del quien da la orden.

Repetir órdenes sin resultado, intervenir constantemente, mostrar autoridad imponiéndose es una clara muestra de la pérdida de autoridad.

¿Cómo es que no tienes autoridad cuando eres la autoridad?

No se debe confundir autoridad con autoritarismo. La dictadura familiar requiere poco talento, y es mala estrategia. Ser autoritario no otorga autoridad.

Hay quien piensa que el éxito de la autoridad está en que jamás le resistan una orden. Pero eso es confundir la sumisión absoluta de los hijos con lo que es ser autor de los hijos, es no saber distinguir entre poder y autoridad.

El poder se tiene, se es, se recibe, la autoridad se gana, se adquiere, se conquista.

Mandar es fácil. Conseguir ser obedecido, no tanto. Y lo que exige es el arte de conseguir que los hijos obedezcan en un clima de amor y libertad, que quieran obedecer.

En edades tempranas se gesta el estilo de mando que uno tiene, es más fácil imponerse cuando los niños son menores de 12 años, sin embargo en la medida que va adquiriendo el juicio, que se va formando en adolescente, empieza a mostrarse aversión a la autoridad que se impone, porque se tiene el poder.

Si los padres hasta entonces han abusado de la imposición en la edad temprana, el fracaso educativo se puede prever.

Alrededor de los doce años ya no es una criatura que obedece “porque sí”, ya puede tener huecos de afecto al recibir el daño de quien ama. Dentro de poco será biológica e psicológicamente independiente.

La misión es preparar para que puedan elegir libremente.

El amor implica libertad, implica permitir equivocarse, implica dejar actuar para que se encuentre y puede libremente ser quien deba ser.

Si en tu caso la realidad es que te impusieron, te obligaron, te maltrataron para hacer lo que tus tutores querían que hicieras, puede haber “huecos” en tu personalidad.

A veces papá o mamá están muy ocupados siendo y no “tienen” tiempo para formar a sus hijos, no tienen paciencia para transmitir el amor que cada uno necesita, así que imponen para “ahorrar” tiempo.

¿Cómo saber si me impongo y no doy libertad?

La respuesta no es simple, pues los mecanismos automáticos, los patrones de comportamiento, los hábitos no nos dejan ver con claridad nuestro estilo de autoridad.

De ahí que necesitamos escuchar la voz de quien nos ve actuar.

Si tenemos una posición de mando en otras áreas de nuestra vida, entonces hay que preguntar ahí, tal vez directamente, tal vez a través de una encuesta, pero hay que preguntar y escuchar con el alma, no sólo con los oídos.

Una cosa es saber que mi estilo es impositivo, que mata la libertad, que detiene el desarrollo del amor y otra cosa es cambiar. Modificar el patrón propio de comportamiento no es fácil, es bastante complejo.

Para cambiar nuestros hábitos necesitamos ir a la base de nuestros paradigmas, a los momentos en que nuestra personalidad se formó y nos llevó a ser autoritarios, impositivos, o a no intervenir abandonando la autoridad que se nos confiere, la autoridad que tenemos.

Para eso tenemos que tomar consciencia de nuestra realidad actual y del dolor que significa matar la libertad, matar el amor, como lo hicieron con nosotros.

Romper los patrones de comportamiento que tenemos implica recuperar el dolor, es volver a vivir el dolor, de ahí que solemos rehuir a vivir esos momentos y nos cueste tanto trabajo pedir una ayuda a pesar de que nos damos cuenta que somos autores del dolor

Adquirir una habilidad nos genera una cierta ansiedad que es manejada gracias a que sabemos cómo nos va a afectar esa habilidad.

Sin embargo, cuando hablamos de cambiar un patrón de comportamiento en el que realmente no sabemos cómo nos va a afectar nace el miedo a lo desconocido, nos produce una resistencia que puede ser tan grande que no nos permita lograr el cambio.

Cuando realmente queremos cambiar porque estamos viendo el daño que causamos, es momento de tener un acompañamiento terapéutico.

Estamos acostumbrados a decir, “ni que estuviera loco”, pero no definimos “loco”.

El acompañamiento terapéutico es para tener un “bastón” que nos ayude, es un “espejo” en el que reflejamos lo que queremos modificar.

Un buen acompañamiento terapéutico nos lleva a vivir el dolor sabiendo que tenemos un apoyo que nos sirve como base para lograr atravesar el umbral del cambio.

Te invito a considerar un proceso terapéutico con el que puedas modificar tu estilo de autoridad.

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